18 de agosto de 2015

Conejos en Paris



Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lamparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz por que su noche no tienen luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos.




Contentos solo como los conejitos pueden estar. Diez pequeñas motas de algodón. Desearía que fuesen livianas como tal y que con el aire se eleven y dejen el salón. Escapar de una vida sin luna, ni estrellas ni faroles. Escapar a campos mas verdes, repletos de trébol y mas libros que no sean los suyos para roer.


Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios.

Es raro pensar en uno como una autoridad y un ente eterno. Pero al fin y al cabo:

“Fui yo el que los creo y el que la vida les dio.”


Los vomite de la nada, ellos urgían salir de mi ser, y en mi estomago se formaron, solo decidieron salir.Pensé en destruirlos, terminar con su vida. Acaso eso me haría un dios misericordioso, benévolo o sumamente frío y arrogante? Mis conejitos son míos, producto de mis entrañas y de mi ser, son las representaciones de mis anhelos, mis deseos mas profundos, los cuales nunca revele.


Y creo Andree que ante los ojos de los demás son dulces. Representaciones peludas de la pureza y lo bueno. Pero disfrazados con orejas largas y rabo peludo, están algunas maldades y obsesiones que corren junto a los demás. Me pregunto Andree: si escribiera mas cartas, acaso vomitaría menos conejitos?






(Carta a una señorita en Paris - Julio Cortazar)




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